LA CENA


Yo era una muchacha joven cuando escribí esta historia corta. Tenía esperanzas de que la publicaran en una pequeña revista local de mi pueblo. No fue así. Consideraron que no era lo suficientemente buena. De todas formas,  yo le tengo cariño especial ya que forma  parte de mis sueños de  juventud, aquellos que se fueron como el pasar de los años.  Así que aquí te la muestro. Espero que te agrade.


     Posiblemente cuando alguien lea estas líneas yo ya me habré muerto. Lo más seguro es que nadie crea lo que a continuación voy a relatar, pues ni yo mismo  lo creería. 
Siempre me he considerado un hombre práctico, sin tendencias fantasiosas, con los pies en la tierra. Me criaron de una forma rígida, y en mi mundo había poco tiempo para sucesos paranormales y todas esas cuestiones. 
así que jamás me plantee que existieran siquiera esa clase de cosas, hasta que sucedió aquello.
   Aquella parecía ser una noche normal, una como tantas otras. Llegué cansado de trabajar en la fábrica. Más de doce horas seguidas haciendo lo mismo es estresante tanto física como psicológicamente. Y total, para unos cuantos yenes con los cuales poder alimentar a mi familia. Por no tener no tengo ni teléfono, y además, el pequeño piso donde vivimos es de alquiler. 
   Sin embargo, no me sentía triste. En realidad, secretamente, amaba mi rutina y mi decadencia. Si, ya se que es algo extraño. Porque, en realidad, soy tan materialista como cualquiera. Pero me dormía por las noches con la sensación del deber cumplido, como si yo mismo fuera ajeno a toda aquella desastrosa y caótica situación en la que se había transformado mi vida y las de mi familia. Si ellos era infelices, simplemente, no era problema mío.
   Me quité los zapatos de símil piel baratos y me puse mis cálidas zapatillas de peluche por dentro, como hacía todos los días. Aquel era mi pequeño placer secreto.

-Kenriu- saludó mi esposa, la cual me observaba desde la cocina con un paño entre las manos.- No dejes ahí en medio tu corbata, ni tus zapatos.
 -Buenas noches amor mío. ¿Qué tal te ha ido el día? ¿ Estás cansado? ¿Quieres que te de un masaje?- Susurré para mí mismo.
- Esta noche tenemos visita.- Continuó aquella buena mujer, hablando conmigo desde la cocina.
  Lo que me faltaba... con lo poco que me gusta que gente extraña pulule por mis dominios.  Siempre tienes que comportarte como no eres para que se lleven una buena impresión de ti, e incluso ser educado en la mesa. ¡Cómo lo odio!
-¿Y quién demonios viene?
- El novio de la niña.- Asomó la cabeza por la puerta de la cocina,  con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Cuál de ellos?- pregunté en tono sarcástico -¿Akira. Reky o Mitsubishy?
- Ninguno de los tres- Respondió mi esposa demasiado tranquila- Es un muchacho llamado Roger, es americano.
-¿Un americano? ¿Me estas diciendo que nuestra hija tiene un novio extranjero? No puedo aceptarlo.
-¿Porqué no?- Intervino mi niña, la cual hizo acto de presencia en aquellos instantes- Tú siempre has dicho que a nuestro país le hace falta abrirse un poco más a la cultura occidental...
- Nuestro país sí, pero mi hija no. ¿Acaso no hay buenos muchachos en Japón, que tienes que buscártelo en América? No olvidemos que mi tío abuelo murió en Hiroshima...
- Cuando conozcas a Roger, cambiaras de opinión. ¡Es tan... maravilloso! 

Se fue corriendo y entró en su habitación canturreando una canción en inglés que probablemente le enseñara su nuevo novio. No lo conocía y ya lo odiaba. Muchísimo.

- Ve a lavarte- me  instó mi señora- pues cuando llegue el muchacho cenaremos.
-¿Que tal es?- le pregunté susurrante.
- ¿Roger? Es muy majo. Inteligente, bueno, trabajador, simpático y muy, muy guapo.
- Y americano. Bueno, me voy a duchar.

   Pasé enfrente de la televisión y me detuve unos segundos para fastidiar a mi suegra. Ella me miró con sus ojillos cristalinos y me dijo:

- Ten cuidado con los espíritus del agua. A veces salen de la ducha y me hacen resbalar. Me hago mucho daño...
Rompió a llorar. Yo la miraba, y me daba mucha lástima. ¡Era tan vieja, y estaba tan chocha la pobre! Veía espíritus y fantasmas por todas partes. Ahora sé la verdad, pero en aquellos momentos creí que eran simples alucinaciones provocadas por su demencia senil. Era una mujer inofensiva, y en sus días de juventud sería muy hermosa, todo lo contrario que su única hija, me temo.  Pero debo reconocer que sus estúpidos comentarios me crispaban los nervios.
   En cuanto salí de la ducha sonó el timbre. Sentía una enorme curiosidad por saber cómo sería el muchacho, así que me vestí deprisa y salí cuanto antes del baño.
   Mi hijo había apagado la consola. Eso significaba que había salido de su habitación para recibir al visitante.

-¡Kenriu!- gritaba mi mujer- Sal ya, la cena esta servida.
   
En la puerta del salón, suspiré. Estaba a punto de conocer al tiparraco que había seducido a mi pequeña, a mi niña, a la razón por la que me levantaba todos los días. Y deseaba desesperadamente que aquello no saliera bien, que fuera sólo un amor pasajero y que no se la llevara de mi lado.
Entré por la puerta, dispuesto a hacer el papel de suegro antipático y controlador. Pero, de repente, todo se vino abajo. Cuando vi al extranjero, sentado en mi mesa, no pude creerlo. Casi me desmayo del horror.
Aquel muchacho no era tal cosa. Él ni siquiera parecía humano. Me pareció  como una especie de insecto gigante. Un gran grillo o cucaracha de proporciones colosales.  Tenía dos negras y largas antenas que se retorcían de un lado para otro. Los ojos, que me miraban fijamente, eran compuestos, como los de las moscas, y le ocupaban casi toda la cabeza. De su pequeña boca salía una lengua larga y rugosa.
   Mi esposa estaba sirviendo la ramen, y mi hija hablaba con el monstruo como si este fuera un muchacho normal.  Solamente mi suegra pareció darse cuenta de lo que el americano era en realidad. La vieja lo miraba ensimismada, y cuando reparó en que yo también me había dado cuenta de lo que el joven era, un monstruo horrendo sentado a nuestra mesa, me susurró:


- Es un espíritu, un espíritu maligno de la tierra.
- Voy a echarlo ahora mismo. No quiero espíritus en mi casa.
- Demasiado tarde.- Contestó la vieja- Ya lo hemos dejado entrar.

Aquellas fueron las últimas palabras que pronunció. El insecto, con un rápido movimiento, clavo su larga lengua en la cabeza de la mujer y, haciéndole un boquete, absorbió su cerebro como si de mantequilla se tratara. Los vidriosos ojos de mi suegra me miraron por última vez, hasta que desaparecieron tras las cuencas abiertas. El cuerpo sin vida de aquella buena señora cayó encima de la mesa.

- Mama ¿Ya te has dormido otra vez? Despierta, por favor. 
Nos estás avergonzando. -Le regañó  mi mujer.
-¡Esta muerta! ¿Es que no lo ves?- Le contesté aunque aún no había salido de mi asombro- El americano la mató.
- No digas tonterías, es que la vieja se ha dormido. Anda, hazme el favor, llévala a su tatami. El futón está dentro del armario. y ya sabes que pesa mucho para mí.

¡Y tanto que pesaba! Igualito que un muerto. 
Me llevé a mi suegra a cuestas, hacia la habitación contigua, por  no oír los gritos de mi señora. No quería más problemas y aún me encontraba en shock a causa de lo que creí que acababa de presenciar. 
La apoyé en la pared mientras preparaba su futón sobre el tatami y la coloqué encima, con cuidado. Cerré sus ojos y pronuncié una pequeña oración por su espíritu, esperando que aquella pobre mujer, que había sido como una madre para mí aunque no quería reconocerlo, nos ayudara a salir de aquella pesadilla desde donde quiera que ahora se encontrara. 
   Tenía que regresar al salón y obligar a Roger a marcharse, pero me daba un miedo terrible enfrentarme con aquel monstruo. Solo esperaba que el insecto gigante ya hubiera tenido bastante cena y se largara cuanto antes, sin necesidad de hacer más dramas del necesario.
 Pero al regresar a aquella otra habitación que se había transformado de repente para mí en al antesala del mismísimo infierno, comprobé que no era así. Él no se había marchado. Ahora se estaba comiendo el cerebro de mi hijo.
   Aquella situación era inaguantable. Iba a echar a ese bicho por las buenas o por las malas.
Entré rápidamente en la cocina y cogí uno de los enormes cuchillos que tenía mi mujer sobre la encimera, con el que hasta hacía poco que  había cortado los ingredientes de su ramen casero. Sin pensarlo demasiado, blandiendo aquel cuchillo, dispuesto a clavárselo a aquel ser extraño donde alcanzara, y rezando a los dioses para que me ayudaran a acabar con aquel ser. 
Sin embargo, él me vio llegar y  reaccionó rápidamente. Me arrebató el cuchillo con una fuerza descomunal. Nunca había visto nada parecido. De un solo y certero  tajo me cortó los dedos de la mano derecha con su garra abierta.
   
Viendo cómo mis dedos se caían encima de la mesa como si fueran ramas taladas de un árbol, empecé a sangrar como un cerdo en el matadero. Aquel dolor era insoportable. Creí que iba a desmayarme. Cogí una servilleta de tela y me la apreté fuertemente en lo que me quedaba de mano, para tratar de cortar la hemorragia, pero no sirvió de nada porque el trapo se empapó de sangre casi inmediatamente.
Mientras, aquel bicho me miraba desafiante, y me pareció que sonreía.
   Mi hija seguía hablando con él como si tal cosa. ¿Estaría hipnotizada o algo así? Solamente mi mujer, de repente, vio la sangre que salía de mi mano y los dedos cortados sobre la mesa. Comenzó a gritar histérica.

- Cariño.¡¡ ¿Que te ha pasado?!! ¿Cómo te has hecho eso? Vamos al hospital ahora mismo.
- Me lo ha hecho Roger, amor.
- ¿Qué? No puede ser.- Mi mujer giró lentamente la cabeza hacia donde estaba el monstruo. Una ola de terror y asombro la recorrió de arriba a  abajo. Ya había visto  la verdadero forma de nuestro visitante. Temblando, trató de escapar hacia la puerta. Pero el insecto gigante fue más rápido que ella. La atrapó antes de que pudiera pestañear. Al instante cayó muerta sobre el suelo del salón.

-¿Qué le ha pasado a mamá?- Preguntaba mi hija, desconcertada. El insecto se puso detrás de ella y le abrió la cabeza como si fuera un huevo cocido, absorbiendo su  masa gris.
   Ya ha matado a toda  mi familia. Solamente quedo yo. Quiero escapar, pero he perdido demasiada sangre, y me cuesta mucho moverme, mantenerme despierto, respirar. Sólo siento un dolor terrible y, para ser sinceros, deseo que se acabe. 
Él ha ganado. 
Y lo más curioso de todo es que ninguno de mis seres queridos logró ver el verdadero aspecto del monstruo hasta que  fue demasiado tarde. 
Ahora viene a por mí, se acerca para matarme. Creo que sonríe, pero no puedo estar seguro, porque su boca es una enorme probóscide con la  que succionará mi cerebro. Y entonces será como si yo mismo jamás hubiera existido.

Sigan mi consejo: piénsenlo dos veces antes de invitar a alguien a cenar a su casa; la cena puede ser usted.



Gracia Muñoz González. Febrero de 1999.

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