UNA CRIATURA DE LA MEDIA NOCHE ( 3ª PARTE Y FINAL)

Y ya llegamos al final de esta historia, que espero os haya gustado. No olvidéis comentarme vuestras impresiones. 




Ya llevaba trece días en “El Salvador Alado”. Mis padres me castigaron sin salir una semana por haberme escapado de noche. ¿Cuándo se darían cuenta de que ya no era una niña? Hacía un par de años que la ley me permitía votar. Sin embargo, ellos seguían tratándome como a una quinceañera.

Habían pasado seis días desde que viera a mi amado. Una gran y profunda tristeza inundaban mi alma. Solamente quería llorar. No comía ni podía dormir. Mis padres pensaban que había caído en una depresión pasajera debido al castigo. ¡Que lejos estaban de la realidad! No me importaba lo que dijeran, sólo quería volver a estar con mi mulato.

No podía salir, ni buscar a mi chico. Sin embargo, todas las noches, justo a las doce, un aleteo en mi ventana me despertaba. La primera vez me asusté mucho. Sobre todo cuando comprobé que se trataba de un animal desconocido para mí. Este animal, con sus ansias por entrar en mi habitación, golpeaba los cristales con fiereza.

Era una especie de pájaro negro, con alas de murciélago. Pero tenía un cuerpecito casi humanoide, con dos patitas y dos bracitos, acabados en manos con largos dedos. En la cara, sus dos graciosos ojillos se movían de un lado para otro, lo miraba todo. Aquel era un animal extraño que yo no había visto en la vida, aunque pronto nos hicimos amigos, sin duda debido a sus simpáticas cabriolas, que conseguían mis carcajadas.

Le puse un nombre. Lo llamaba Diablillo, pues me recordaba mucho a estos seres de leyenda. Las visitas de mi pequeño amigo duraban poco, apenas unos minutos cada noche, pero ya eran suficientes para levantar el poco ánimo que me quedaba.

Cuando el castigo hubo finalizado, salí apresuradamente a la calle, en busca de mi amante. Aquella vez no iba a tener suerte. No lo encontré por ninguna parte. Busqué en la calle donde suelen poner el mercadillo, donde lo encontré por vez primera, pero no lo hallé. En la playa tampoco daba muestras de vida.

Atravesé el pueblo y llegué al callejón oscuro, al lugar de nuestro primer encuentro íntimo. Pero la vieja puerta de madera estaba cerrada con candados y gruesas cadenas de hierro.

Una anciana harapienta, que pasaba por allí, al verme forcejear la puerta, exclamó sobresaltada unas palabras en su idioma natal:

- ¡¡Múbel, Múbel!!

A su grito acudió toda la calle. La gente me miraba muy seria, de arriba a abajo, en silencio. Un hombre mayor, de tez muy negra y cabellos blancos, rompiéndolo, me dijo:

- ¿Qué haces? ¿Qué haces aquí, niña?

-Simplemente estoy dando un paseo- le contesté de forma despectiva – y viendo este asco de pueblo. ¿No puedo o qué?

-Escúchame, - me agarró de los brazos fuertemente- nunca vuelvas a este lugar ¿Me oyes? Nunca. Aquí ocurrieron cosas muy desagradables...

-Si no quiere que vuelva por aquí- le dije soltándome de su duro apretón- tendrá que exponerme una razón más convincente, por favor. ¿O es que acaso ocultan algo, algo ilegal?

-¿No eres tú la que oculta cosas, incluso a tu familia, niñata blanca y estúpida?

-Eso no es motivo para... Además, a usted no le importa lo que haga con mi vida.

Salí de aquel callejón rápidamente, asustada por la extraña actitud de aquel hombre. Pero cuando me hallaba en mitad de la calle, no sé muy bien por qué pero algo me impulsó a darme media vuelta e ir de nuevo al callejón.

Cuando llegué, la gente ya se había marchado, todos menos la anciana que me había pillado in fraganti unos minutos antes. Estaba buscando objetos o comida dentro de los cubos de la basura.

-Señora, ¿Podría usted responderme una cosa que me tiene un poco aturdida, por favor?-le pregunté, mientras le ponía en la palma de la mano una moneda de bastante valor.

-¿Qué quieres?-Me contestó en tono despectivo.

-¿Qué significa Múbel, exactamente?-La mujer me miró de arriba a abajo.

-Primero, antes de saber lo que tú eres, deberías saber quién es él.

-¿Él? ¿De quién me está hablando?

-De tu amante, de Lusabe.

-¿Qué sabe usted de él? -Le interrogué presurosa-¿Lo conoce? ¿Es así como se llama, Lusabe?

-Déjame, ¡déjame en paz!-exclamó, y me quedé boquiabierta-No me preguntes. ¡Vete!

Ante aquel extraño comportamiento de la señora, la cual parecía no estar muy sana de la cabeza, opté por marcharme. No logré averiguar nada más de mi amado hasta los cinco días siguientes.

Mi extravagante amigo, el diablillo, me visitaba cada media noche. Pero aquella vez, su llegada me colmó de la más grande felicidad que había sentido en mucho tiempo. Portaba en sus manitas un pergamino atado con una cinta roja. Cuando lo abrí mi sorpresa creció. ¡Era un mensaje de mi amado! Me citaba en una pequeña catarata que había un poco antes de llegar a la playa. Salí por la ventana, acompañada de Diablillo, corriendo, para encontrarme con él.




Estaba allí, jugueteando con unas hojas que echaba al agua cristalina. ¡Estaba tan guapo! Vestía una camisa de seda blanca de marca cara y unos tejanos azules y modernos, que hacían resaltar sus bonitos y redondeados cachetes.

-Hola-le saludé-¿Hace mucho que esperas?

-Nunca es demasiado -me contestó- amada mía. Mi recompensa es verme nublado por tu belleza.

Me lancé a sus brazos, a besar su apetitosa boca, a acariciar su piel canela caliente, envolviendo su cuerpo perfecto. Nos quitamos la ropa rápidamente y nos metimos en el agua. No sé qué estúpida idea se me pasó por la cabeza cuando, acercando mi boca a su oído, susurré.

-Mi amor, Lusabe.

De repente, él me miró a los ojos, y los suyos me dieron miedo. ¡Eran rojos! Un vapor amarillo empezó a inundarlo todo.

-Ha durado poco nuestra relación. ¡Y pensar que te he querido más que a nadie en ningún mundo!

-Por favor, ¡perdóname! Yo no quería...

-Demasiado tarde amor. Por mucho que me pese, te lo advertí. -Dicho esto, desapareció.

Y allí me quedé, en el agua, sola.

A partir de aquel momento no volví a salir de mi casa. La gente del pueblo seguía llamándome Múbel, y seguían también sin hablar con mis padres, pero no me preocupaba en absoluto. En mi mente solo estaba él.

Diablillo también desapareció para no volver más.

Y ahora, durante la noche, sola en mi habitación, repito una y otra vez su nombre: Lusabe. Pero solamente y a cambio, recibo silencio. Lo he llamado ya tantas veces...Mi vida sin él no tiene sentido. Juro que no volveré a faltar a mis promesas. Estoy tan obsesionada que sólo lo veo a él, por todas partes, y después descubro que no está en ningún sitio, y me desespero. Lo veo cuando cierro los ojos, como si estuviera aquí. Siento su respiración, su olor, el latido de su corazón, su aliento... Sé que sólo es mi imaginación, pero me niego a pensarlo.

Hace un momento mi madre entró en la habitación, pero yo ni siquiera la miré. Seguía absorta en mis pensamientos, imaginando cual podía ser la forma menos dolorosa de morir.

-¡Deja ya de repetir ese nombre!¡Deja ya de llamarlo!.

-¿A quién llamo madre?-le pregunté mirándola a los ojos -¿Es que acaso lo conoces?

-¿Cómo voy a conocerlo?- Me respondió santiguándose e intentando dominar su miedo- Dios me libre. Lusabe es el nombre que la gente de este pueblo da al mismísimo Satán. Así que no vuelvas a repetirlo.

Una gran sonrisa se dibujó en mi cara. ¡Era él, Satán, el demonio! Mi amante era el ser más poderoso que existe sobre la faz de la Tierra, un ser que no es de este mundo, un ángel rebelde e inconformista... Yo había sido suya, y él me había jurado amor eterno, había llorado por mí. Debía considerarme la mujer más afortunada del planeta.

La depresión se me quitó de repente. Tenía muchos motivos para ser feliz.

-Precisamente por eso, porque es el demonio, tendríamos que venerarlo, ¿No crees? Dios lo puso ahí, lo nombró dueño y señor de los infiernos, de nuestro planeta y nuestro mundo, de nuestras almas... Es uno de los seres más poderosos del universo.

Mi madre me miró con cara de asombro y, asustada, salió de mi habitación gritando:

-¡¡Múbel, Múbel!!

He de confesar que mi propia actitud me sorprendió. No me importaba lo que la gente pensara de mi, ni lo que significara esa tonta palabra con la cual me designaban. El demonio me había hecho su mujer, y me sentía muy orgullosa de ello. Y ahora todos deberán respetarme, y tendría a todo el pueblo a mis pies, por miedo a la terrible venganza de Lusabe.

Él ya no estará conmigo, pero nadie tiene por qué saberlo. Las cosas van a cambiar para mí en “El Salvador Alado”. Ya no me suicidaría, sino que viviría, sí. Y lo haría bajo mis propias reglas y pensando en mis intereses y deseos. Y, cuando muriera, satisfecha de haber vivido y de haber sentido lo que quisiera, y de haber sido libre, bajaría a los infiernos. Y allí me esperaría mi amado, para torturar mi alma enamorada y hacer lo que quisiera conmigo por toda la eternidad. Pero no hizo falta esperar tanto.

Sonaban las doce en punto en mi reloj. Un brazo fuerte me rodeó la cintura. ¡Era mi amor, era Lusabe!




-No volverás a estar sola- me dijo - nunca más. Ni tú ni la criatura que está en tu vientre. Nuestro hijo.





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