Soy fan de Luke Goss y del pequeño Nicolás...

Hace mucho tiempo que no escribo en el blog. No es porque no haya tenido tiempo, la verdad. Es porque me encontraba mal. He estado enferma todas las fiestas y claro, cuando estás malita no tienes ganas de nada. Y, aunque me apasiona escribir y contaros mis anécdotas y vivencias, a veces simplemente no puedo hacerlo. Me quedo frente la pantalla, mirando al infinito y pensando... ¿Y ahora qué? Pero nada de nada.




Bueno, algunos de mis lectores se han sorprendido mucho por uno de mis anteriores post. Me refiero al que hacía mención a mis amorcillos de la infancia. No volveré a tocar el mismo tema pero sí uno similar.
Todavía hay gente que no cree que pueda ser fan de Luke Goss. Me han dicho que tiene cara de chica, que es calvo, que no me pega admirar a alguien tan normal... en definitiva: que no se creen que soy fan de Luke Goss. Es que no lo entiendo. ¿Por qué no puedo ser fan de una persona que se ha superado a sí misma, que no es perfecto pero le importa un carajo, y que hace lo que le viene en gana a pesar de no ser un cachas multimillonario ni un veinteañero de culebrón?Pues precisamente por eso mismo. Bueno, ahí tenéis mis razones... Leed entre líneas: creo que lo dejo claro.


Otro de mis ídolos es el pequeño Nicolás. No porque me resulte atractivo, ni interesante. Soy fan del pequeño Nicolás porque, aunque tiene sólo veinte años, el tío le ha sacado una pasta gansa a quien le ha dado la gana, se ha colado donde ha querido y a vivido como el rey sin serlo. En serio, eso es admirable: mientras otros a su edad sólo piensan en consolas de video juegos, chicas y coches, él se estaba buscando el pan muy bien buscado. Y seguramente tenga un buen colchón en un paraíso fiscal de esos de los que ni siquiera los banqueros han oído hablar... ¿Acaso no es admirable? En un país de piratas y ladrones como es España, robar no está tan mal visto, a no ser que te pillen... Es triste, pero es la realidad de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. Y,desgraciadamente, este chico de tan sólo veinte años ya tiene muy claro una cosa: tanto tienes tanto vales. Lo ha aprendido pronto. Quizá, mirándolo desde una perspectiva maternalista, eso no esté tan mal. Prefiero un hijo sin verguenza y cara dura pero con la barriga llena y la cuenta corriente saneada  a un hijo  muy decente pero muerto de hambre en una esquina tirado, francamente.



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