FRAGMENTO INICIAL DE MI NUEVO LIBRO, SOY ARTHUR

¿Te gustaría leer las primeras páginas de mi nueva novela, SOY ARTHUR? Entonces, sigue leyendo. Aquí te lo publico para que le eches un vistazo. Y lo mejor: Completamente GRATIS. 
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Los peces flotaban en el acuario, muertos. Me dio algo de lástima verlos así, sin vida, con los ojos blanquecinos y las escamas despegándose de sus cuerpecitos boca abajo. Pero no me extrañaba. El agua, antes limpia y con todos los líquidos que necesitaban mis pequeños, ahora parecía una bebida amarronada y sucia. Olía a hierro, a sangre. Me acerqué al acuario para retirar aquellos pequeños cadáveres, y averiguar qué había pasado para que ocurriera una desgracia semejante. Entonces la vi, y me acordé.  Había una mano dentro del acuario. Era la mano de una mujer joven, bonita, cuidada. Llevaba un anillo de brillantes y oro blanco en el dedo corazón. Podía ver las venas y ligamentos de la muñeca, ya desprovista de sangre, fluctuar en el agua al ritmo acompasado de las burbujas que, incesantemente, salían por la oquedad  de un decorativo barquito de plástico.    Ella había tratado de escapar de mi. Entonces la así de la muñeca fuertemente, tan fuerte que le arranqué la mano de cuajo. La muchacha gritaba muchísimo, mirándose el muñón sanguinolento, y tuve que taparle la boca, apretarle la garganta, hasta que dejó de hacerlo. No quería alertar a los vecinos ni recibir visitas de la policía. Y claro, la mano la lancé al aire, sin reparar siquiera en que se había caído dentro del agua.  Cuando la chica cayó inerte sobre la mesita del salón, tuve miedo de que rompiera el cristal. Pero, sorprendentemente, era resistente. Así que aguantó el cuerpo de una mujer joven recién fallecida.
   La cogí en brazos y la llevé hasta el dormitorio, dejando un reguero de gruesas gotas de sangre por el corto camino. Ya me estaba descomponiendo. El ferroso olor del rojo líquido me había abierto el apetito vorazmente. Pero, sin embargo, aún me quedaron unos segundos de lucidez, los suficientes, como para subirle aquella ajustadísima camiseta que lucía y descubrir, con asombro, que lo que antes pensaba que eran dos enormes y redondeados pechos eran, en realidad, papel higiénico y almohadillas metidas dentro de uno de esos  engañosos sujetadores modernos. Mierda. Y ahora tenía que sacar aquella mano de allí, y limpiar todo el estropicio, antes de que él llegara.  Porque acababa de infringir la única norma que él me impusiera, lo único que me rogó, antes de venir a vivir conmigo. Me hizo jurar que nunca, jamás, me alimentaría en nuestra casa. Y acababa de hacerlo. Aún lo estaba haciendo, de hecho. Al menos algunas partes de mi.  Saqué la mano del acuario y la metí en una bolsa de basura negra, junto a los pececitos muertos. Eran tan bellos,con aquellas largas colas de brillantes colores... Pero volvería a comprar otros, en cuanto el agua del acuario volviera a estar limpia y descontaminada. Tardaría unos meses aún en crear bacterias nuevas, en ciclarse, como lo llamaban los expertos, pero no tenía ninguna prisa.  Eché un buen chorro de lejía al cubo de la fregona. Menudo invento más útil, pensé. Un trapo atado a un palo ha cambiado la manera de limpiar el suelo para siempre. Bien, pues en esa tesitura estaba, fregando el  reguero de sangre del suelo, cuando Jordi entró por la puerta. Puso una gran cara de asombro, y los ojos como platos, cuando vio lo que yo estaba haciendo. Él no era tonto. No le valían las excusas. Me había pillado con las manos en la masa, como suele decirse.
- ¿Dónde están los restos?- Me preguntó. 
- No entres en la habitación ahora.
   Bastaron esas palabras para que fuera aquello precisamente lo que hiciera. No pudo atravesar el dintel de la puerta. Lo que allí se encontró lo dejó paralizado. Aún continuaba alimentándome de la muchacha. Su cuerpo estaba ahí, repleto de gusanos, desprovista de piel completamente. En algunas zonas ya alcanzaba a verse los huesos de la mujer, pero he de reconocer que me estaba regodeando en ella, saboreándola sin prisas, como si cada bocado que diera en su carne, en su piel, en sus tendones, fuera el último de mis banquetes. Las sábanas estaban inundadas de sangre, y temí que el rojo líquido, tan difícil de limpiar, calara hasta el colchón. Era caro, de esos que tienes que comprar a plazos. Una pena.  A Jordi le dio tanto asco ver a mis partes alimentarse que corrió al baño a vomitar. Y yo me quedé allí, con la fregona en la mano, herido en mi amor propio. Me dolió, si. Me dolió muchísimo que no pudiera acostumbrarse a todo aquello, a que no hiciera un pequeño esfuerzo, un sacrificio, por mi. Yo aguantaba sus asquerosidades humanas; comer frutas, defecar, tirarse pedos. Él es humano, y hace lo propio de los de su especie. Y yo soy un demonio catabólico. Un depredador sanguinario, carnívoro, psicópata y violento.  Así me hicieron y así es como soy, no puedo cambiarlo. Y, quien me ame, quien desee estar a mi lado, debería aceptarlo.   Oí la ducha. Jordi se había metido a lavarse; así que volví a la habitación y, tumbándome sobre los restos de la muchacha, me descompuse completamente. Todos los gusanos de los cuales mi cuerpo estaba formado, millones de ellos, terminaron por devorar a
la fémina en cuestión de minutos. Aquello saciaría mi hambre por unas horas, tal vez un par de días, con un poco de suerte.    Metí los huesos, junto con las sábanas chorreantes de sangre, dentro de la gran bolsa de plástico negra. Era un problema para mi deshacerme de los esqueletos, un engorro.    Hacía un buen rato que ya no oía el agua saliendo de la ducha, y sin embargo Jordi no salía del baño. Decidí entrar entonces, para comprobar si se encontraba bien. Lo encontré allí, acurrucado en la bañera, empapado y mirando al infinito.
- ¿ Qué haces ahí? ¿Quieres que te traiga una toalla? 
- ¿ Quién era esa mujer? 
- Joder, yo que sé. Se me acercó en la calle. Creo que era puta, de Europa del este, o de por ahí. 
- Ni siquiera te acuerdas de su nombre ¿Verdad? 
- ¿Qué te pasa? Vete a la mierda. ¿Acaso te da lástima de la vaca cuando te estás comiendo una hamburguesa? ¿Te paras a pensar si tenía nombre y eso? 
- Era una persona, por el amor de dios, Arthur... 
- Ya sabes que soy un demonio antropófago. Nunca te engañé con eso, así que no me vengas con gilipolleces. 
- Lo sé, lo sé... Pero tienes que comprender que se me hace muy difícil asimilarlo, y mucho más presenciarlo. A sido traumático, horrible, verla ahí, en nuestra cama, siendo devorada. 
- No estaba viva, si eso te preocupa. La maté antes. 
- ¿ Sin dolor? 
- No voy a mentirte. Así que prefiero no contestarte a eso. 
   Lo entendió. Por supuesto que sufrió. Le arranqué una mano antes de estrangularla. Y la hubiera desmembrado lentamente, si ella no se hubiera puesto a gritar como una histérica para atraer la
atención de los vecinos. Siempre prefiero que mis presas estén vivas, ya sabéis, comer la carne lo más fresca posible.   Sé que no os parecerá una locura, pues me consta que muchos de vosotros, humanos, coméis  peces cuyos cuerpos se fríen en abundante aceite y se cortan con cuchillos afilados, y os los sirven mientras éstos aún intentan respirar aferrándose a este mundo a pesar del extremo sufrimiento de ser devorado vivo. O metéis a ranas y cigalas inocentes y confiadas en calderos de agua hirviendo. O despellejáis sin piedad a pequeñas chinchillas para hacer abrigos, mientras ellas, desprovistas de su piel, tardarán horas en fallecer tras una terrible agonía. Hasta una simple barra de labios está fabricada con la sangre derramada de insectos que nada os han hecho, sólo estar ahí y tener un color rojo llamativo. Yo mato humanos. Es lo que como. A veces sufren, a veces no. ¿Soy malvado por eso? Si. Soy exactamente igual que vosotros.

- Me apetece sexo ahora.- Le dije a Jordi, acariciando su espalda, tras una larga pausa. 
Lo veía ahí, desnudo, en la bañera. Su piel tan morena, aquellos cabellos negros y rizados que caían por sus bonitos hombros, y su llamativa mirada azul... Yo también estaba sin ropa, y me sentía excitado, pletórico y lleno de energías renovadas. Pero él, lejos de compartir mis deseos eróticos, me miró extrañado, casi furioso.
- Estás completamente loco,  Arthur.

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