Aquí te dejo la segunda parte de esta romántica historia, para que no te pierdas lo que ocurre en el misterioso pueblo caribeño El Salvador Alado...Si no leíste la primera parte, puedes acceder pinchando en 1ª parte Una Criatura de la Media Noche.
Cuando desperté él ya no
estaba. Alguien me había vestido y me había tumbado de nuevo sobre
los cojines sin que me diera cuenta. Las velas estaban apagadas.
Solamente entraba en la estancia una leve luz por un pequeño agujero
en la madera podrida del techo.
Llegué a mi casa y mis padres me
regañaron, como siempre. Pero esta vez tenían razones de peso.
Había tardado más de cuatro horas y, para colmo, me negaba a
explicar donde había estado y lo que había hecho.
Aquella noche no podía dormir, me
remordía la conciencia. ¿Por qué había actuado de aquella forma,
tan impropia de mí? Aquello que había hecho no estaba bien...
Además, yo no era de esa clase de chicas. Al menos, eso creía
antes. Aún así no podía apartar a aquel hombre de mi mente.
¿Estaría enamorándome? ¿Sería aquello amor de verdad?
-Imposible, si no lo conoces.-
Descarté en mi mente- Entonces ¿Por qué te acostaste con él?
Necesitaba tomar el aire. Tanto
pensar en aquella extraña situación me estaba volviendo loca.
Además, quería volver a ver a mi chico. Y también deseaba
averiguar quién era, dónde vivía, cómo se llamaba, cualquier
cosa.
Así que salí a hurtadillas de
la casa de mis padres, silenciosa, procurando que nadie se
enterara, pues ya estaba la noche bastante avanzada.
Paseaba por el pueblo, intentando
parecer segura de mí misma. Los lugareños me miraban, pero nadie se
atrevía a meterse conmigo. Mientras yo trataba de ver a través de
las tinieblas tenuemente iluminadas por la pobre luz de las velas que
salía por las ventanas de las chozas, y por la luna llena, brillante
y grandiosa, que se alzaba majestuosa rompiendo el telón de un cielo
tachonado de estrellas.
Una niña negrita y pequeña, de
unos cinco años más o menos, se acercó, muy decidida, a donde yo
me hallaba. Tirándome de la manga, llamó mi atención y, sin mediar
palabra, cuando le sonreí, puso su pequeña mano en mi vientre. ¡Era
tan graciosa, con el pelo lleno de trencitas y un vestidito de
flores! La niña me cogió de la mano y me instó a que la
acompañara, ante la atónita mirada de alguno de mis vecinos. Me
llevó hasta la playa.
El mar estaba tranquilo y en calma.
Aquel lugar mágico irradiaba paz. Las palmeras, mecidas por la tenue
brisa, caían sobre las olas, rozándolas. Y la luna se reflejaba en
ellas como si de un pulido espejo se tratara.
Cuando estábamos en mitad de la
arena, la niña, soltándose de mi mano, salió corriendo en
dirección al pueblo. Sin duda algo la había asustado, porque si no
yo no veía el motivo. No había nadie con nosotras. Y allí me
quedé, sola y pasmada, en medio de la playa, mirando a la niña
correr y alejarse de mí.
Me asusté mucho cuando alguien me
puso la mano en el hombro. Pero, al volverme, todo mi miedo
desapareció de repente, convirtiéndose éste en una enorme
felicidad.
Nos fundimos en un largo y
apasionado beso que parecía no tener fin. Pero esta vez, le aparté
las manos de mi trasero. No quería que las cosas fueran tan deprisa
en aquella ocasión. Él me miró perplejo, sin comprender por qué
no quería que me tocara. Yo, adivinando sus pensamientos, le dije:
-Cariño, no es que no lo desee, es
que...
-¿Es que ya no me amas, o
simplemente que no te gusto?-¿Cómo podía ser tan machista?
-Compréndelo. Yo no sé nada de ti,
ni siquiera tu nombre. Necesito saber cómo eres, quién eres. Yo soy
una mujer, una persona. No puedo amar a alguien solo por amar, por
las buenas...
Él se sentó en la arena con el
rostro entre las rodillas, y yo caí a sus pies, intentando volver a
ver los luceros de sus ojos. Estos se alzaron para mirarme llenos de
lágrimas.
-No me pidas nada que no te pueda
dar, por favor.
-¿Qué es lo que te pasa?- Le
interrogué, furiosa. No lograba comprenderlo- Solamente quiero algún
nombre por el cual poder llamarte, alguna dirección para
localizarte.
-No.
-Solamente te estoy pidiendo un
nombre, una base, algo que me haga sentir segura de que, al menos,
tengo una relación, aunque no lo esté de que sea muy estable...
-¿Acaso no lo comprendes? No puedo
darte lo que me pides, no puedo hacerlo. -Sus palabras parecían
sinceras.
-¿Por qué? ¿Por qué tienen que haber esa clase de secretos entre nosotros? No
es normal.
-Si tú supieras quién soy, -me
contestó, alterado- si tan solo supieras mi nombre, no me queda la
menor duda de que me dejarías. Tendría que desaparecer de tu vida
para siempre.
Un silencio sepulcral se hizo entre
ambos durante unos minutos, hasta que él me miró y sonrió. No
podía resistirme a sus encantos, ni a aquella bella cara de ángel.
-Está bien. -Le contesté.- No
quiero saber quién eres. Pero a cambio, prométeme que estarás
siempre, siempre conmigo.
-Si tú no preguntas, - me afirmo
con seguridad-si tú no tratas de saber, estaré contigo. Y
permaneceré contigo para siempre, siempre.
- No me hagas daño, por favor. Creo
que no me lo merezco.
-Yo solamente vivo para hacerte
feliz. Ambos lo seremos si confías en mí.
-Confío.-Le dije besándolo por
toda la cara. -Confío en ti. Confía tú también en mí. Estaremos
juntos para siempre. Solamente quiero estar contigo.
Nos quitamos, despacio y mutuamente,
la ropa y nos tumbamos, sin dejar de besarnos, en la arena,
dispuestos a volver a amarnos como lo habíamos hecho aquella misma
mañana. Pero justo cuando iba a ser suya por segunda vez, un ruidoso
murmullo nos hizo mirar hacia el pueblo. Por la misma senda por la
que había llegado hasta la playa, se acercaba una multitud de
personas provistas de antorchas.
Poco tardaron en estar tan cerca
que podía distinguir sus caras, y se me vino el mundo abajo cuando
me di cuenta de que los que iban presidiendo el grupo eran nada más
y nada menos que mis propios padres. ¿Que iban a pensar de mí?
¿Cómo podía explicarles lo que estaba haciendo?
Sentí de repente la brisa marina
recorrer mi cuerpo. Allí donde mi hombre me vestía solamente
abrazaba el vacío. ¡Había desaparecido!
Me vestí rápidamente ante la
atónita mirada de todos. Mi madre, que estaba ya lo suficientemente
cerca como para que pudiera oírla y con las buenas maneras que le
caracterizaban, exclamó:
-¡Hija! ¿Qué haces aquí? ¿Qué
estabas haciendo, y quién era ese muchacho que estaba contigo?
-No había nadie conmigo madre,
desvarías. - Respondí haciéndome la enfadada, algo que se me daba
muy bien, e intentando que no se me notara mucho que mentía- Y
estaba intentando darme un baño en la playa .¿Acaso no puedo?
Abriéndome paso entre la
muchedumbre, exclamé:
-¡Vaya mierda de pueblo, en el que
una chica no puede ni bañarse tranquila sin que la acose todo el
mundo!
Se quedaron todos allí, atónitos y
sin moverse, en la playa, mientras yo volví a casa y me acosté.
Solamente pensaba en el extraño acontecimiento que acababa de vivir.
Dentro de poco, podrás leer el final de esta bella historia.
Dentro de poco, podrás leer el final de esta bella historia.