LA CASA MALIGNA


No sé cómo se me ocurrió esta corta historia. Fue publicada en mi primer libro, Visiones de Terror. Espero que te  guste o, por lo menos, te cause inquietud.




-Tengo que doblar la ropita.- Me dijo mi hermana mayor.
-No te preocupes, yo me quedaré un poco con el pequeño Mario. ¿Lo puedo coger?
-Si, pero si llora me lo traes.

Salí de la pequeña habitación de invitados. Mi hermana, tras el divorcio, se había trasladado a ella con su bebé de apenas ocho meses. Y, a pesar de que la casa era una enorme mansión de estilo victoriano con habitaciones grandísimas y vacías,ella se empeñó en trasladarse a la minúscula buhardilla. 
Tenía al bebé en mis brazos y me quedé en el descansillo de la escalera, haciéndole carantoñas al pequeño de cabellos rizados. De repente, desde la puerta, vi cómo mi hermana, con cara de espanto, miraba al infinito, con un pijamita de su niño, de color amarillo, entre las manos. 
Volví a entrar y miré hacia donde me apuntaban sus ojos. Lo que allí había me llenó de espanto.
Eran dos espectros. Uno de ellos era el fantasma de mi difunta abuela, fallecida muchos años antes. El otro, el de su hermana menor, mi tía abuela, que poco después había corrido la misma suerte. Ambas estaban desnudas. Tenían el pelo sucio,lleno de tierra. Sus cuerpos, si es que podían llamarse así, no eran más que huesos sujetos con jirones de piel marchita.
El fantasma de mi abuela alzó la mano y, señalándonos, hizo la señal  de cortarnos el cuello apretando su garganta descarnada.
Pocos segundos después de que las viera,desaparecieron.

-¿Las has oído?- Me preguntó mi hermana.
-¿Te han dicho algo?
-La abuela me ha dicho que nos marchemos de esta casa o moriremos.
-¿Por qué te habrá dicho eso?
-No lo sé, y mira, me da igual. Vayámonos ahora mismo.
-Sí. No pienso pasar ni un segundo más en esta casa.
-¿Y nuestras cosas? -Me preguntó mi hermana, que todavía tenía el pijama de mi sobrino entre las manos.
-Da igual las cosas,vayámonos,rápido.

Bajamos corriendo las escaleras. Metí a Mario en la sillita  carricoche y le abroché el cinturón de seguridad, mientras mi hermana buscaba las llaves y abría la pesada puerta de madera labrada.
Salimos al cuidado jardín. El césped estaba recién cortado y los rosales en flor, pero no era un espectáculo alegre y primaveral, sino todo lo contrario. Aquello ofrecía a la casa un aspecto más lúgubre y siniestro aún de lo ya lo era de por sí.

-¿Por qué querría echarnos la abuela de casa?
-Esa no era la abuela. Ella jamás nos abría amenazado, sino todo lo contrario. Nos quería.
-Además,¿Por qué aparecerse con la tía? No tiene ningún sentido.
-Claro que no. No era la abuela, ni la tía. Tú lo sabes ¿verdad? Hay algo maligno en esa casa, siempre lo hemos notado, siempre ha estado ahí,incluso cuando ellas estaban vivas.
-Desde luego. Toda la familia lo sabe, siempre lo ha sabido, pero nunca nadie ha hablado de ello.
Mi sobrino, sentado en su sillita, miró hacia atrás, y vio que no era su mamá quien llevaba el carrito. Esto le molestó y comenzó a berrear. 
-Anda,deja que lleve yo el carro.- Me dijo mi hermana.

Nos paramos en la acera,justo terminando el jardín. Y,  cuando ella iba a coger los mandos del carricoche, éste se puso en marcha sólo. Alcanzó inmediatamente una gran velocidad y se dirigió directamente hacia la carretera. Un coche pasaba por allí a toda carrera y casi atropella al bebé.
Mi hermana salió disparada detrás de su hijo y, cuando consiguió darle alcance,lo tomó entre sus brazos y comenzó a llorar histérica.

-¡No nos matarás!¿Me oyes?- Le grité a la casa.-¡No podrás con nosotros!¡Nunca lo conseguirás!

Y, desde el corazón mismo de aquella mansión victoriana, se alzó una estruendosa y malvada risa.



Gracia Muñoz. 7 de Mayo del 2011.

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