CORAZÓN ALIENÍGENA



Escribí ¨Corazón Alienígena¨hace ya algunos años, y fue publicado en la revista digital Piso Trece. Tras esto, decidí incluir la pequeña historia en mi libro ¨Visiones de Terror¨. Espero que te guste.




CORAZÓN ALIENÍGENA

Aquel era mi primer piso. Desde que cumplí la mayoría de edad, deseaba ser independiente. Y ahora, después de muchos años y trabajo, al fin había logrado mi sueño.

Alquilé un pequeño apartamento amueblado a las afueras de la ciudad. Estaba en un barrio tranquilo de la periferia. Cerca había una pequeña cala, y más allá una montaña de piedra. Era un lugar precioso, con fama de mágico. Se decía que en la montaña, sagrada para algunos, se habían producido contactos con objetos volantes, desapariciones misteriosas y extrañas luces, como auroras boreales, en ciertos días de la estación estival.Pero yo no vería nada de esto cuando me asomara por alguna de las ventanas, sino un patio de luz donde los vecinos tendían la ropa y colocaban en repisas de hierro las bombonas de butano. Quizá por eso me lo alquilaron tan barato.Pero no podía permitirme nada mejor,y tenía mucha prisa por saber lo que se sentía al vivir sola.

Los muebles que me dejaron con la vivienda estaban muy viejos, color caoba oscuro, rallados y llenos de desconchones. Sillones de ante, mesita para la televisión con ruedas,una cama llena de bultos y muelles pinchudos... incluso tenía un cuadro antiguo, típico del sagrado corazón de Jesús, en la cabecera de la cama. Me daba bastante repelús y pensé en cambiarlo por alguna ilustración moderna de un autor gótico. Quizá lo redecorara todo cuando tuviera dinero...pero lo primero que tiraría a la basura sería ese anticuado cuadro. Hasta el marco, dorado y fino, era horroroso.



Aparte de la decoración ordinaria la vivienda en sí estaba bastante bien. Aunque los vecinos dejaban mucho que desear. A mi lado vivía una señora divorciada, su madre anciana y tres niños, a cada cual más hiper activo y malcriado. Se pasaban el día gritándose palabras soeces, insultándose y dando golpes a las puertas.

Los vecinos de arriba tampoco eran demasiado considerados. La señora andaba siempre en tacones, con lo cual parecía que en su casa vivían una manada de caballos al trote. Dejaban la televisión encendida con el volumen a tope hasta altas horas de la noche, y de vez en cuando arrastraban sillas y mesas, produciendo un estruendo gigantesco, sin tener en cuenta que abajo tenían a alguien durmiendo.

Al principio de trasladarme a vivir allí, como oía tantos ruidos y viviendo sola, imaginaba que alguien, un extraño, entraba en casa a hacerme daño, y ese pensamiento,unido a los ruidos incesantes de estos desvergonzados vecinos, me quitaban el sueño. Luego,cuando ya llevaba algún tiempo, me di cuenta de que mis miedos eran una tontería, me fui calmando y ya sí que lograba dormir, aunque nunca lo hice del todo tranquila. Estos terrores son muy comunes entre las personas que viven solas, pero nadie lo admite y mucho menos lo cuenta.

Una noche de lluvia y frío llegué del trabajo empapada. Mientras me quitaba la ropa mojada, miré el cuadro encima de la cabecera de la cama. Parecía que el cristo me miraba desde él. Sus ojos azules, tristes,demasiado dulces,enmarcados en sangre cayendo desde la frente pinchada por la corona de espinos.Y el pecho abierto, con el corazón visible y una gran aura de luces saliendo de él.

Me desvestí despacio, sin apartar la vista del lienzo y tras buscar en el cajón el pijama, salí de la habitación lo más rápido posible.¿La cabeza de Jesús salió del cuadro a mirarme mientras me marchaba o había sido imaginaciones mías?

Llené la bañera con agua muy caliente. Aunque el piso era viejo, aquello fue lo que más me atrajo a la hora de alquilarlo:la enorme bañera. Me encantaba sumergirme por completo en las cristalinas aguas,casi ardientes, y contener la respiración todo lo que pudiera. Oía las conversaciones de la gente, los coches que pasaban por la calle e incluso mi propio corazón, bombeando sangre deprisa y fuerte.Y cuando ya pensaba que no podía aguantar más salía despacio, muy despacio, sintiendo la fina membrana que separa el agua del aire,como si fuera un líquido viscoso,sintiéndolo en la piel.

Pero aquella noche, cuando estaba escuchando mi ritmo cardíaco, oí claramente una voz de hombre.

-¡Márchate!-me gritó .

Asustada salí de la bañera de un brinco. Mientras me secaba aceleradamente, recordé que a veces las voces de los vecinos se distorsionan con el agua, y parece que están cerca aunque estén lejos.

Me puse el pijama y, cuando me disponía a secarme el cabello, algo me dejó helada. En el espejo del lavabo, con el vaho, había algo escrito:

MÁRCHATE.

Un escalofrío de terror me recorrió de arriba a abajo. ¿Qué era aquello, una broma pesada? ¿Uno de aquellos fenómenos extraños o fantasmas?¿Una reacción producida por el estrés?

Lo primero en lo que pensé fue en hacer caso a aquel mensaje enseguida y largárme de allí. Iría a casa de mis padres, les contaría lo sucedido y dormiría en la habitación de invitados, o con alguna de mis hermanas. Pero,al meditarlo más detenidamente, me dispuse a considerar que quizá sería presa de las burlas de mi familia, que me tacharían de loca, o que mis padres no creerían todo aquello y pensarían que me había dado miedo de vivir sola y lo de la voz y las letras del espejo eran sólo una excusa, una mentira para justificar mi pánico.

Decidí quedarme en casa. Me preparé una tila y vi un rato la televisión,para calmarme. Fue un programa aburrido, de famosos y cotilleo. Si su objetivo era que la gente se aburriera y les entrara la somnolencia, lo habían cumplido con creces.

Era alrededor de la media noche cuando me acurruqué entre las sábanas. Las mantas pesaban muchísimo,pero eran necesarias. No disponía de calefacción y aquella noche era inusualmente fría. Todo estaba oscuro, aunque no en silencio. Mis vecinos de nuevo hacían de las suyas, pero no me importaba. Oír sus gritos y ruidos me hacían sentir más acompañada. En este estado de nervios en el que me encontraba, saber que estaban ahí era sin duda un consuelo.Decidí encender una vela, para que se apagara sola cuando me quedara dormida. No podría dormir con la oscuridad rodeándome,aquella noche no. Y la pequeña llamita me tranquilizaba, con sus danzarinas sombras proyectándose en las pareces de la habitación.

Ya me estaba venciendo el sueño cuando oí un ruido procedente de la entrada. Escuché cómo se abría la puerta. Y después se cerraba.

-Será en la casa de los vecinos, que se oye tan claramente debido a la noche que parece que haya sido en esta.-pensé.

Pero me equivoqué, porque seguidamente oí pasos en el pasillo. Era alguien andando. Había entrado un intruso en mi casa, y llegaría donde estaba yo en cuestión de segundos.

¿Serían ladrones?¿Habían entrado a agredirme,matarme? De nuevo, el pánico se apoderó de mí. Abrí los ojos como platos cuando el picaporte de la puerta de mi habitación giró. Quería gritar, pero no podía: el miedo me impedía hacerlo.Se abrió lentamente,produciendo un chirrido propio del óxido en las bisagras. Y lo que allí vi, alumbrado con el débil resplandor de la pequeña vela, me dejó sin aliento.

Era una criatura extrañamente familiar. Tenía una cabeza grande, amorfa, sin pelo. Unos ojos grandes, almendrados y carente de párpados y pestañas. Su boca era pequeñísima, apenas una ranurita sin labios. Su cuerpo, pequeño y delgado, como el de un niño desnutrido, sin ropa, sin genitales, gris. La piel me recordó a la de los delfines, como plastificada.

-No tengas miedo.- Me dijo, sin hablar. Directamente oí su voz en mi cerebro.- No voy a hacerte daño.

Intenté salir de la cama, pero mi cuerpo no me respondía. No podía moverme, ni hablar. Incluso respiraba con dificultad. Sin duda el extraterrestre estaba ejerciendo sobre mí un poderoso poder mental.

-¿Qué quieres de mí?- Le pregunté.

-Sólo quiero ver cómo vives.

-¿Eres científico, estás estudiándome?

-Algo así.

La criatura atravesó la habitación despacio. Miraba mis cosas: los perfumes en el estante, el espejo del tocador, la ropa encima de la silla,los zapatos. Estuvo mucho tiempo observándolo todo a la luz de la vela, y lo único que yo podía hacer era temblar y esperar a que se marchara.

De repente,algo captó su atención. Era el cuadro del Cristo colgado en la pared. Se acercó con suma curiosidad y, tras escudriñarlo detenidamente, me preguntó:

-¿Quién es este humano?¿Es un pariente tuyo?

-No.- le contesté.- Es el hijo de Dios.

-¿De cual dios? Tenéis muchos.

-El dios judío. Este es Cristo, su hijo. Dio lugar a la religión cristiana. ¿Sabes cuál es?

-Ah, si. Vosotros todavía creéis en dioses y personas con poderes mágicos, que atrasados. Sois demasiado jóvenes aún, no sabéis nada del universo en el que vivís, aunque os sentís muy importantes... Y ¿Qué es eso que le sale de ahí al hijo de tu dios?- Me preguntó, señalando su pecho.

-Es su corazón. Verás, él nos dio su amor.¿Conocéis vosotros el amor?

-No, no sé lo que es eso. ¿Me lo puedes explicar?

-Es algo que sientes dentro, y que puedes dar sin esperar nada a cambio.

-Nadie da algo a cambio de nada. Eso es algo inconcebible para nosotros.

Me miró a los ojos. Sentía curiosidad por aquel concepto nuevo para él. Seguramente en su planeta no tenían emociones.Amor, odio, empatía,celos... Sólo palabras que para los demás habitantes del espacio no significaban nada, pero que para los humildes terrestres lo eran prácticamente todo. Me dí cuenta entonces de que los sentimientos, buenos y malos, marcan nuestras vidas y nuestras obras, y son el principal motivo de nuestra existencia.

-¿Tu podrías darme tu amor si quisieras?

-Si, todos los seres humanos podemos amar, si es a eso a lo que te refieres.

El extraterrestre se acercó a mi. Destapó un poco mis mantas y me abrió los botones del pijama,dejando al descubierto mi pecho desnudo. Podía sentir su piel fría y tersa rozándome. De repente, noté un agudo dolor en el pecho,tan fuerte que creí que me desmallaba.

Lo último que vi fue al alienígena, mirando en su mano mi corazón palpitante, sangrando.

-Y ahora ¿Qué tengo que hacer con esto para sentir ese amor?

Pero no le respondí. Ya no podía. Había muerto.La criatura salió de mi casa, con el corazón en las manos. Se dio cuenta de que era tan sólo un órgano inútil, como todos los que había estudiado antes en las pruebas y sondas que había efectuado a otros seres humanos como aquel.

El corazón era sólo un motor biológico que bombeaba la sangre, nada más. No tenía poderes especiales, ni salían rayos de luz de él, ni eso que la estúpida humana había llamado amor.

Cansado de llevar ese trozo de carne inservible entre sus largos dedos, lo tiró a una papelera, camino de su nave espacial.


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