🌞 El Duat egipcio: aventuras después de la muerte (y lo que tenían que ver las mujeres con todo eso)
¿Te imaginas morir y que en vez de ir al cielo o al infierno te toque hacer un recorrido digno de un videojuego mitológico, lleno de serpientes demoníacas, puertas mágicas, dioses con cabeza de chacal y un juicio final con balanza incluida? Bienvenido al Duat, el inframundo egipcio.
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EL DUAT NO ERA NI EL CIELO NI EL INFIERNO: ERA EL REINO DEL MÁS ALLÁ |
Pero espera… esto no era solo cosa de faraones o grandes guerreros. También las mujeres del Antiguo Egipto se preparaban toda su vida para enfrentarlo. Y lo hacían con una mezcla maravillosa de fe, magia y cotidianidad.
¿Qué es el Duat?
El Duat no era un infierno. Era un mundo subterráneo, un espejo oscuro del Egipto terrenal, lleno de desafíos. Allí vivía Osiris, el dios de los muertos, y por allí viajaba el sol cada noche en su barca para renacer al amanecer. Era un lugar de misterios y promesas, donde no todo era castigo, sino transformación.
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PORTADA DEL LIBRO |
Como bien dice el libro Mujeres en el Antiguo Egipto, el Duat era un destino conocido:
“Era un mundo bajo la tierra, donde el sol viajaba de noche y Osiris reinaba como juez y señor.” (p. 147)
La barca solar: un viaje estelar todas las noches
¿Y cómo viajaba el sol por ese mundo oscuro? En una barca solar. Cada noche, el dios Ra cruzaba el Duat en su barca, enfrentándose a monstruos como la serpiente del caos, Apophis. Pero no lo hacía solo. Bastet, la diosa felina, lo protegía con sus garras:
“Bastet se enfrenta a Apophis, la serpiente del caos que amenaza a Ra cada noche en su viaje por el inframundo.” (p. 152)
Este mito conecta a las mujeres con el poder de proteger y luchar incluso después de la muerte, igual que Bastet.
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BASTET, LA DIOSA, SE ENFRENTA CADA NOCHE A APOPHIS |
El recorrido por el Duat
Entrar al Duat no era automático. Había que superar desafíos: puertas encantadas, criaturas infernales y pruebas morales. Entre los más conocidos estaba el Juicio del Corazón, donde tu corazón era pesado contra la pluma de Ma’at (sí, una pluma).
“El corazón del difunto se pesaba contra la pluma de Ma’at, la diosa de la verdad. Si era ligero, era bienvenido al más allá; si no, el monstruo Ammit lo devoraba.” (p. 148)
El Duat también estaba lleno de criaturas como:
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Apophis, la serpiente gigante del caos.
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Ammit, mitad cocodrilo, mitad león, devoradora de almas.
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Espíritus guardianes que custodiaban portales, y a veces, eran dioses menores.
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DIOS ANUBIS EN EL DUAT |
Las mujeres y su viaje al más allá
Este no era un viaje solo para los hombres. Las mujeres también se preparaban activamente para cruzar el Duat:
“Las mujeres recitaban hechizos del Libro de los Muertos para sortear los peligros del Duat: conjuros contra serpientes demoníacas, puertas custodiadas por espíritus y aguas envenenadas.” (p. 149)
Una mujer como Senet podía incluso encargarse un sarcófago decorado con escenas de ella navegando en una barca hacia el más allá. También usaban amuletos como el nudo de Isis o el ojo de Horus para protección mágica. Y si no podían pagar un ritual lujoso, hacían ofrendas simples, pero poderosas:
“Incluso las mujeres humildes participaban en rituales funerarios y dejaban ofrendas simples como un cuenco de grano o una figura de barro.” (p. 150)
Las diosas: compañeras y guías en el Duat
Las mujeres encontraban fuerza en las diosas. Nut, la madre celeste, era esencial: tragaba al sol al atardecer y lo daba a luz al amanecer. Se creía que:
“Las egipcias aspiraban a ser acogidas en su vientre estelar tras la muerte, renaciendo en el ciclo eterno del cosmos.” (p. 153)
Isis y Neftis, por su parte, eran las guías del alma:
“Isis ofrecía su poder para asegurar el renacimiento, mientras Neftis velaba por las almas en su transición.” (p. 151)
Incluso había hechizos del Libro de los Muertos donde una mujer se identificaba con las diosas:
“Soy Ra que sale del horizonte, soy Nut que da a luz a los dioses. Soy Isis, la que teje el destino…” (p. 155)
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DIOSAS ISIS Y NEFTIS |
¿Y si todo salía bien?
Si pasabas todas las pruebas, si tu corazón no era pesado, si sabías recitar los conjuros, si llevabas tus amuletos… entonces podías entrar en los Campos de Iaru: una especie de paraíso lleno de juncos, flores, comida, familia, y donde no faltaba el vino ni los buenos recuerdos.
Una despedida sin miedo
El libro cierra con una imagen preciosa que vale como reflexión final:
“Mientras el cuerpo de Nebet descansaba en su tumba sencilla, entre juncos secos y perfume de incienso, su espíritu volaba hacia el oeste. Porque en el Antiguo Egipto, las mujeres no solo morían: trascendían.” (p. 157)
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